viernes, 30 de octubre de 2009

Taxi Drivers en Lima City

No recuerdo sus nombres porque son muchos, pero si recuerdo sus historias. En el asiento trasero de los taxis puedes enterarte de cualquier cosa. En esta oportunidad hablo por los de Lima. El cambio de moneda me favorece y aprovecho para recorrer mi ciudad, en la que sólo estoy de visita, en taxi. De paso me evito ese tránsito soporífero que sumado al calor húmedo del verano limeño escaldan hasta más no poder.
- Si no fuese por la APEC, no nos arreglan las calles.- dice el primer taxista, el de la mañana, que me hace el servicio de transporte hacía Miraflores.

Es un hombre de edad, viejo. Manos de trabajador, cara de ser honrado y un gorro típico de abuelo jubilado en la fila de pago. Solo lamentos, quejas y maldiciones. Suspiros largos mientras el tráfico no deja avanzar ni a ciclistas. No trato de averiguar ni como se llama porque sus ojos achinados por el sol me dicen que me calle.

- Ja, ja. Ese desgraciado le pagaba del gobierno hasta a su amante.- dice el segundo.

Flaco, moreno y con dejo provinciano. Treinta y cinco años mínimo. Camisa corta y un pañuelo en el cuello. El brazo cubierto por una manga de sweter que lo protege del sol. Se ríe mucho y me mira por el retrovisor. Hace referencia a un político que recién fue descubierto pagándole sueldo a su amante como si fuera trabajadora de su municipio. Ríe de rabia, de risa, de burla y de desesperación por un país donde se pela mal el chancho. Como en muchos otros. Habla sin que le pregunte. Quiere hablar. Está aburrido, pienso. Lleva recién 4 horas de 15 que trabaja. Un poco de optimismo no viene mal. En el cambio de luz va mirando su periódico amarillista, que sujeta con sus manos grandes de uñas sucias y según lo que va leyendo me comenta las cosas. Yo río y escucho.


- Estamos jodidos, no vamos al mundial nica….- dice el taxista número 3.

Rostro de preocupación por su familia y el fútbol. Nada más le importa. Sólo quiere que sus hijos estudien, que su esposa le cocine y lo espere en casa acostada y que Perú clasifique después de veintitantos años al mundial. Habla de los jugadores que habían sido sorprendidos con mujeres durante la concentración en un lujoso hotel de la ciudad después de un partido con Brasil y días antes de jugar (y ser goleado) con Ecuador. No lo entiendo, no sé nada de lo que me habla, pero no le importa. Cambia fácilmente de tema. Cuando menos pienso ya está hablando otra vez de lo caro que sale estudiar, de que al menos tenemos suerte de tener libros piratas, sino qué sería de su hija mayor, que estudia periodismo. Optimista al menos.

- ¡Esta chola está buena!- Infaltable comentario.

Menos de 25 años el cuarto chofer. Sólo se preocupa de hacer unas monedas para tener qué tomar el fin de semana, fumar algo y si tiene suerte, flirtearse una muchacha que se parezca en algo a la mujer regordeta y con poca ropa que adorna la primera plana de su diario. Todos tienen los llamados “diarios chicha” en sus respectivos taxis. Ríe, todavía no tiene responsabilidades, no sabe lo que pasará cuando se case y tenga hijos. Sólo quiere divertirse, esa es su movida. Lo dice orgulloso y por momentos lo envidio. Una ex novia que emigró a España dice que se lo llevará, pondrán algún negocio y se casaran allá. Sus hijos tendrán doble nacionalidad y no tendrán problemas ni aquí ni allá. Lleva 3 años esperando esa ayuda, ese llamado que le diga: Ven, te mando el pasaje!!! Quién sabe si llegue. Muchas veces los teléfonos sólo suenan para las malas noticias.

No ha salido muy caro el viajar en taxi. Como decía, el cambio me conviene. Para variar subiré a una “custer” que pase algo vacía. ¡Colmena, Tacna, Alcazar! Grita el cobrador del vehículo. Da dos golpes en la puerta y le indica al chofer que voy a subir. Pongo el pie en la escalera y arranca. Subo corriendo. Me siento y sigo riendo por los cuatro taxistas y río cada vez más fuerte. Sólo me callo porque el cobrador me mira mal, está siguiendo con su voz una canción mal sintonizada en una radio y piensa que me burlo de él. Mejor miro por la ventana a todos esos autos amarillos que pasan a mi lado y tienen mil historias aferradas al volante. Mientras, muy en el fondo deseo que Perú si clasifique al mundial y que esta noche suene el teléfono con la buena noticia desde España.

sábado, 17 de octubre de 2009

Sólo para mujeres

La moda independentista impuesta hace ya un tiempo por las chicas de Sex and the City sigue extendiéndose a otras áreas donde el mal llamado “sexo débil” se impone y toma las riendas. El ir y comprar zapatos en la tienda de la esquina ya no está “in”. Ahora viajan…solas.

Hace algunos años, ver a una mujer sola viajando junto a un grupo de turistas que en muchos casos van con pareja, hijos, y demás parientes, era algo extraño. O está viuda o busca marido o en el último de los casos, lo peor: el marido la engaña y le paga los viajes para que no lo moleste. Pero todo cambia y como es este caso, cambia para bien.

Este espectro está tomando fuerza en Estados Unidos, donde las mujeres se apuntan en ciertas agencias de viaje a tomar vacaciones en las que se aprende a tejer, van de compras, se internan en un spa (siendo parte de un nuevo tipo de turismo: el “slow travel”), también buscando algo de turismo aventura, crear sus propios perfumes en Italia, aprender cocina marroquí o thai, catar vinos y ecoturismo. En cuanto al turismo urbano definitivamente el galardón se lo lleva New York y su famosa Manhattan. Y entre los favoritos están los cruceros caribeños.

La popularidad de esta nueva tendencia se va incrementando a tal punto que la cadena Fine Living Networks ha puesto a disposición del nuevo segmento del mercado un programa llamado “All Girl Getaways” (Escapadas para Mujeres). Y para quienes planean sus viajes con mas recaudo y tiempo, ya salió a la venta la secuela del libro “Las 50 mejores vacaciones para las mujeres de Norteamérica” de la autora Marybeth Bond, que según sus estudios desde 1993 dice que en los últimos años hubo un 230% de aumento en el número de empresas especializadas en vacaciones para las féminas, las cuales dejan a sus esposos en casa para tomar unos días de relax. Esta vez la autora se extiende con el título “Las 50 mejores vacaciones para mujeres en el mundo”.

Según una de las fundadoras de la agencia de viajes Gutsy Women Travel, cada vez más mujeres de treinta, cuarenta y hasta cincuenta años, con estudios y carreras profesionales que les demandan buena parte de su tiempo, deciden escaparse con amigas a los nuevos destinos con oferta adecuada a lo requerido. Según esta empresaria, estaría hablando de un 60% de mujeres, pertenecientes a este segmento, que viajan sin acompañantes.

Todo esto representa un cambio cultural que se hace notar cada vez más. Un par de décadas atrás eran muy pocas las mujeres que viajaban de vacaciones sin sus familias. Ahora las mujeres mayores de treinta años ya tienen incluso su propia agencia de viaje especializada en ellas y en cubrir sus necesidades y requerimientos. Una de estas agencias es Adventure Woman.

Allison O’Sullivan, directora de Women’s Travel Club, es casada pero motivada porque siempre quiso viajar a lugares que no le interesaban a su marido, se inspiró para crear su agencia, la que tiene en su lista de ofertas 60 destinos distintos con los que trabaja el tema. Según la agencia Abercrombie & Kent, los destinos mas solicitados son la India, China, Bordeaux en Francia y un país sudamericano: Argentina, que tiene cadenas hoteleras con planes especiales para mujeres (Fairmont Hotels & Resorts).


Quienes pensábamos que éramos privilegiados por tener cruceros de solteros en islas caribeñas y fiestas de toga en la orilla de alguna playa color turquesa y que sólo nuestro género era el beneficiado, estamos frente a una tendencia que pasa de ser sólo una moda pasajera. No hay duda, ya era tiempo que les toque a las mujeres. Mientras tanto seguiré planeando el viaje a Sudáfrica para ver el mundial con mi papá, pero sé que igual debemos estar listos, tanto él como yo, para cuando mi novia o mi madre nos digan que se van solas a bailar, entre palmeras y margaritas, durante el tiempo que dura nuestra fiebre futbolera.

Viajar y Leer

¿Viajamos para leer ó leemos para viajar? Es indiscutible que ambas cosas van de la mano. ¿Quién lleva a quién? Es como querer entender cual fue primero, el huevo o la gallina. Ambas caras de, quizás, una misma moneda. Lo cierto en todo esto es la importancia que tiene para el viajero estar en constante contacto con los libros, sean estos típicamente de viajes o literatura en general.


Vemos como las grandes cadenas hoteleras, sobre todo en las playas, cuentan con una pequeña pero variada biblioteca donde los huéspedes pueden adquirir un libro. Lamentablemente me ha tocado la experiencia de que justo el hotel donde me alojé solo tenía literatura en inglés, lo que me hace pensar si o somos pocos los turistas hispanohablantes o simplemente consideran que la lectura no es un hábito propio de nosotros. Mejor pienso positivamente: somos tan cultos que dominamos más de un idioma. Sea como fuere, este antecedente de tener un espacio destinado para los amantes de la lectura significa que no estoy errado en mi idea que tanto la literatura como los viajes están unidos más de lo que se cree, aunque las páginas se llenen de arena.


Quizás lo que termina de confirmar mi teoría se ve por lo que la mayoría de viajeros hacemos cuando la rutina nos agobia y el dinero no alcanza para poder salir de nuestro entorno: lo mas cercano a dejarnos ir es leer. Tomar un libro que nos conduzca sin salir de casa por el Camino de Santiago en Compostela, caminar por las húmedas calles de Macondo, por la melancolía de París con aguacero, seguir las huellas del Che Guevara en su arduo viaje por nuestra América, o tener nuestra propia metamorfosis sin la necesidad de dejar nuestro sofá.

Mientras escribo pienso realmente cuándo terminó mi último viaje: ¿cuándo llegué a casa o cuándo perdí mi libro después de que me dejó el avión varado por un día y medio? La respuesta ciertamente no la sé pero sí puedo asegurar lo que se siente estar durante tanto tiempo sin la compañía de tu mejor amigo…el libro.

Lo he dejado olvidado sobre una cabina telefónica en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de Ciudad de México, y bastaron dos segundos para que desaparezca. Sólo espero que aquel libro, que habla de viajes y viajeros, sea ampliamente aprovechado y que valga la pena haberme quedado solo durante toda esta noche, en la cual recién me doy cuenta del frío que me consume mientras sigo subiendo y bajando escaleras mecánicas, buscando a mi amigo, cargando cinco sombreros de mariachi que me encargaron en Perú.

lunes, 12 de octubre de 2009

El Capitán de Amazonas

¿Cuánto puede costar un viaje?, ¿Cuánto estás dispuesto a pagar si no sólo conocerás una playa o una metrópoli?, ¿Cuál es el precio que pagarías si el viaje te acercará a una parte de ti que estaba perdida? Como dice el comercial de una conocida tarjeta de crédito: no tiene precio.



Había acariciado por largos años la idea de volver a Amazonas – no la selva virgen compartida por Perú, Colombia y Brasil, sino la región Amazonas en Perú – y éste volver se acercaba más cada día. Despertaba pensando en mi viaje, haciendo planes de rutas y carreteras, de caminos y descubrimientos, de volver, porque eran veintitrés largos años en los que no pisaba la capital de la región: Chachapoyas.

La sangre de mi padre viene desde allá. Mis antepasados eran de este “pueblo de guerreros” (es el significado del nombre Sachapuyos). Soñaba despierto y dormido con visitar las antiguas ruinas de Kuélap, las que en mi viaje anterior aún no estaban abiertas al turismo pero que ya habían sido descubiertas en 1843; la catarata de Gocta, que recién se anunció como una de las tres más grandes a nivel mundial y a la que se accede después de caminar 3 horas; y los Sarcófagos de Karajía. Aún vive parte de mi familia ahí, en Chachapoyas, una familia de la que sabía muy poco, y en especial de mi abuelo.

El abuelo, un policía respetado por todos y de quien su propio nieto no sabía nada. No sé exactamente el rango que tenía pero después de saber todo lo que ahora sé de él, para mi siempre será “el Capitán de Amazonas”. Fuerte como su sangre, valiente como los antiguos guerreros que no se dejaron doblegar fácilmente por los Incas, inteligente como cualquier intelectual de las grandes urbes. Así tengo en mi pensamiento al abuelo, quien ahora ya no está en esta vida terrenal pero entró en la escena de mi vida emocional; y que de herencia me dejó su sangre y un tío que nunca supe que existía – ni mi abuela lo sabía – y a quien me dio mucho gusto conocer.


Cada paso que doy por el pueblo me parece darlo a su lado, de su mano, como la primera vez que vine. La plaza, el municipio, la iglesia remodelada, la casa donde vive mi familia y la gente del pueblo que me mira al pasar parece haber regresado veintitrés años en el tiempo y ser parte del recuerdo viviente de mi abuelo. Quizás hubiera sido mi abuelo el mejor guía por sus tierras, las campañas militares de las que participó en su juventud habían sido muchas y su experiencia castrista es un legado inigualable. Lamentable es saber que murió viendo a su gente caer abatida por los terroristas, y mi poca inocencia de niño que aun queda me grita desde las entrañas que él solo hubiera podido acabar con los subversivos.

Son las 6 de la tarde, recién regresé de Kuélap, y estoy parado, al lado de mi padre y mi abuela, frente a su tumba. He pensado durante el tour en cuán fuerte es la sangre que corre por mis venas y cuánto de mi seguiría perdido si no hubiera vuelto a éstas tierras. Levanto la mirada para ver los últimos rayos de sol que se ocultan tras las nubes que ahora amenazan con lluvia, respiro onda y profundamente y el cuerpo cansado de tanto caminar me pide un descanso. Caeré sobre la cama y cerraré los ojos para entregarme a la noche, no hallaré la forma de acomodarme para dormir, pero en mis sueños seguirá siempre presente el Capitán de Amazonas y ni el despertador que anunciará un nuevo día de excursión me podrá quitar la sonrisa de haber viajado por primera vez a mi pasado.

Tomando espero...


Hay quienes esperamos dinero, amor, buena salud, o simplemente una vida sin pesares... Este pescador de Mandinga, bahía ubicada a unos pocos kms. y minutos de Veracruz, en México, parece esperar a que vuelvan sus compañeros de faena. Mientras tanto sigue aportando líquido, algo extraño y que no corresponde a la botella que lo contiene, a su ya distinguida anatomía...



Se toma un respiro y mira alrededor, para ver si vuelven sus amigos o quizás para asegurarse y agradecer que sea el único que disfruta de este atardecer, antes que el sol se ahogue en la bahía veracruzana.

Marlon Brando en el Valle del Mantaro


Néstor Aquino, conduce el taxi por la carretera que une la que fuera pensada como capital del Perú en primera instancia, Jauja, con Sincos, un pueblo a orillas del Valle del Mantaro, olvidado por el tiempo y las promesas sin cumplir de los políticos. Son casi las cinco de la mañana y sus manos maltratadas por otros tiempos de agricultor sujetan fuertemente el volante bajo la luna llena, redonda y blanca que ilumina y encandila sus ojos que dan indicios de no haber sido cerrados en las últimas diez horas.

He llegado hasta el asiento trasero de su taxi porque seré padrino del bautizo que ese día congregará a algunos de los pocos pobladores que quedan en Sincos. Estoy aquí para una ceremonia de paz, de reconciliación y de amor pero Néstor no puede pensar en eso. Habla de aquellos tiempos como si aún estuvieran cerca. Sí, de aquellos tiempos cuando los encapuchados entraban por el Valle y llegaban hasta la plaza para colgar banderas rojas y pintar los muros del pueblo con consignas subversivas y matar a quienes piensen distinto, a quienes no estén de acuerdo con la “revolución del pueblo” y el “Presidente Gonzalo” (Abimael Guzmán, líder terrorista de Sendero Luminoso).

- Los sinchis y los terrucos, papay. Dicen que se fueron pero quién sabe.- Me dice con la típica forma de hablar de los peruanos andinos. Me lo dice con temor, como si un Sinchi (diablo) lo estuviera vigilando. Me lo dice con esperanza de que sea cierto que se fueron. – El Chino debería volver, papay, sólo él hizo algo por nosotros.-, dice haciendo alusión al ahora juzgado y encarcelado dictador peruano de origen asiático que es mitad héroe y mitad canalla y tiene al país dividido.

Néstor habla y mira por el retrovisor, buscando en mis ojos alguna complacencia con sus palabras. Lo escucho pero mis ojos miran por la ventana. Miran el Mantaro, miran la luna y miran los campos verdes. Sienten el frío de los tres grados que tiene esa noche.

Hemos llegado a Sincos pero no a la casa que busco, la de mis futuros compadres. Néstor pregunta a quienes a esas horas ya salen con su ganado a pastar. Se hablan en quechua, sólo entiendo los apellidos que dicen, apellidos propios del legado inca. Tras dos informadores turísticos improvisados, llegamos a la casa. Néstor se despide y recibe en su palma, lastimada por el tiempo y por la pala, los ocho soles que costó el recorrido.

Como es costumbre, ese día se le demuestra al padrino el agradecimiento con animales casi enteros, que a su vez casi no entran en los platos. Gallinas, cuyes, ovejas, cerdos, desfilan durante el día sobre la mesa donde estoy sentado.

El día continúa de forma normal, una hermana extranjera de no sé que orden religiosa me da una pequeña charla sobre la importancia del matrimonio, para lo cual le aclaro luego de diez minutos que no me voy a casar sino que seré padrino. Con una sonrisa angelical me pide disculpas y busca como unir todas esas palabras gastadas con las que debió haberme dicho desde el comienzo. Todo termina rápido.

Busco almuerzo pero me desvío para comprar hoja de coca en un mercado. Por curiosidad pregunto y termino en un puesto oscuro y cerrado, que huele a orines, sentado frente a una anciana que me lee el futuro mientras deja caer de sus manos sucias, gastadas y trabajadoras, las hojas verdes de coca. Adivina un poco, improvisa otro poco y le acierta a algo. Media hora frente a ella, una oferta de curarme las maldades o “trabajos”, refiriéndose a la brujería que me hizo alguna mujer y comienzo a entrar en trance, más por el olor que por algún conjuro. Todo termina y sólo un “pollo a las brasas” en el pueblo me quita de la mente aquella enfermedad que me vaticina y aquel conjuro que dice tengo hace algún tiempo. ¡Como si no fuera suficiente ver aquel pueblo por donde los demonios encapuchados caminaron tanto tiempo!

Comienza a oscurecer el día sábado y el cansancio ya quiere hacerse notar. Han pasado más de doce horas desde que llegué y arrojo dulces y el “sebo” (monedas para los niños asistentes al bautizo) en la puerta de la iglesia. Todos gritan, se ríen y mi ahijado trepa por mis piernas para que lo cargue. Lo tomo en brazos y miro la plaza pausada y tranquilamente, imagino a los “sinchis” y pienso en Néstor Aquino, el taxista con manos de agricultor, que a esa hora debe estar frotando sus ojos fuertemente para comenzar otra noche de trabajo.