sábado, 6 de febrero de 2010

Una Canción para el Camino

‘Las pencas nuevas que al maguey le brotan vienen marcadas con nuestros nombres’. Así de sencillo expresa su amor Teodoro Garduño, con una canción típica en su país, con todo el sentimiento del mundo. Él, con cuarenta y siete años, cuatro hijos y un perro sin raza definida esperando en casa, empuña la guitarra bien fuerte para tocar y cantar en cada bus que va desde la Terminal Central de la Ciudad de México hasta la salida rumbo a Toluca. Así paga su pasaje. Tiene un repertorio de cuatro temas y el único integrante de su grupo musical es el tío. Cada que abre la boca para cantar deja ver un diente de oropel. Se mueve en cada curva evitando caerse y el sombrero color marfil con un alacrán impreso parece estar a punto de volar.



No se ha presentado ante su público sino hasta el segundo tema. Todos lo miran y nadie dice nada, ni a él ni entre sí. Las mangas de su camisa con un color rojo chillón y algún dibujo estampado que no recuerdo se dejan ver bajo su chaleco de cuero. No caben dudas que es un mexicano de tomo y lomo. Tito Garduño, el tío, tiene menos años de los que aparenta, las manos sucias de tantas monedas que recolecta tras cada función ambulante y una mochila blanca y roja en la misma condición que sus manos. Se apoya en mi asiento y aprovecho para preguntarle por sus nombres. Así también me enteré de su parentesco y de la pequeña empresa que les rinde frutos hace cuatro años. Él ya no se preocupa tanto por sus hijos, son grandes y han cruzado de ‘mojados’ para Estados Unidos. No se acuerdan de él económicamente pero prometieron mandarle una camisa con la imagen de Osama Bin Laden. El se ríe cuidadosamente para no dejar ver su falta de dientes que recién ocultaba con la armónica. Es feliz, me dice. Y le creo. No tiene esposa, es viudo, pero tiene una nueva pareja que dice lo está esperando con ‘pozole’ hoy sábado. - No me aburren, al contrario, cada vez me salen mejor.- dice Teodoro mirando la punta de sus botas cuando le pregunto por su repertorio. Se ha sentado a mi lado. – A la gente le gusta estas canciones porque son del pueblo, se identifican. Somos muchos los que cantamos por las calles y al menos no me puedo quejar, aunque las tortillas suben a diario.- En un momento de confesión personal me cuenta que con aquella canción del maguey le declaró amor a su esposa y le dio el primer beso, muchos años atrás. Se les ve que aman, se les ve que han sufrido y se les ve como les cuesta subsistir, siempre con buen ánimo y una gran sonrisa, a esta gran ciudad de pirámides y vestigios prehispánicos. Se bajan en la entrada a Toluca, casi frente a la estatua de Emiliano Zapata con una placa que reza: “Zapata tiene aún puestas las botas de montar y el caballo ensillado” y se despiden meneando las manos en alto desde la acera. A medida que me alejo miro sobre sus cabezas y un escrito me recuerda que “Toluca es la provincia y la provincia es la patria”. Pienso que puede ser sólo una de las miles de historias de cantantes callejeros que suben a las miles de micros en las grandes urbes. Pienso que son sólo una de las miles de familias que se unen en torno a la música para conseguir el alimento para los suyos. Pienso en mí y pienso en lo agradable que se hace esa voz ronca que canta para soportar el tránsito de una de las ciudades más pobladas del mundo. Y pienso en todos los que van arriba de este bus, que sin duda han de tener en algún lugar de México, una penca de maguey que viene marcada con sus nombres.

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